La vida en miniatura by Mariana Sández

La vida en miniatura by Mariana Sández

autor:Mariana Sández [Sández, Mariana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2024-02-26T00:00:00+00:00


AL DIABLO

«Es posible habituarse al arnés y terminar corriendo con él sin dificultades».

ELIZABETH BARRETT BROWNING, Cartas

A eso de las cuatro bajé del tren y atravesé la imponente estación de Liverpool en diagonal, menos abrigada cada vez porque la primavera iba abriendo puertas y jardines a mi paso. Aunque mi cuerpo denotaba ya cierto cansancio y algún que otro malestar puntual, el hecho de que oscureciera más tarde, que no lloviera y que las flores se hubieran desparramado por todas partes creaba un clima que me recargó las energías.

En el extremo opuesto de la relajada Mrs Oliver, la propietaria de la casa en Liverpool se había comunicado conmigo a través de todas las vías disponibles: extensos correos electrónicos, larguísimos audios y textos escritos al teléfono para reconfirmar que los emails hubieran sido lo suficientemente descriptivos, sin dejar por eso de reasegurar cada tema con sucesivos llamados, un par incluso con cámara. Ya sabía que en ese caso tampoco íbamos a vernos por incompatibilidad de horarios con el vuelo de Mrs Mackenzie a Estados Unidos, adonde viajaba para visitar a sus tías.

Al preguntar en la estación por el barrio de Woolton, descubrí que no quedaba en el centro de Liverpool, sino hacia el sur, a media hora en bus. Tomé un taxi y a medida que nos acercábamos a destino, me preocupó notar que llevábamos un rato recorriendo calles y calles de casas, aquí y allá alguna iglesia, un gran parque, un campo de golf, sin atisbo de cierto movimiento comercial. ¿Dónde hacía las compras la gente? Temí que fuera de esos lugares residenciales donde todo se resuelve en auto.

El taxi se desvió de la avenida y se detuvo en la curva de un callejón sin salida, frente a una única casa de piedra beige y techo de pizarra, muy amplia aunque modesta, repartida en dos plantas con altillo, a simple vista un poco deteriorada y bastante aislada de otras propiedades.

—¿En la vieja rectoría?, —consultó el conductor.

—No sé. —El aspecto abandonado de la casa me desorientaba, ¿y si había copiado mal la dirección? Igual la tendría en algún correo—. Me dijeron Belvedere Cottage.

—Ah sí, sí, ahí lo pone, mire, en el cartel de entrada. Para nosotros es la vieja rectoría, la casa de los Mackenzie.

—Eso es, exacto. Muchas gracias.

La llave estaba escondida arriba del alero de chapa de la puerta principal; la encontré después de mucho tantear, en puntas de pie. Apenas asomé al interior, el galgo primero retrocedió y ladró a la defensiva, mostrando los colmillos, pero en cuanto le hablé con voz dulce, hizo unos gemidos indecisos y vino a olisquearme la mano que le extendí. Lo palmeé en la cabeza y entré el equipaje. Minutos después de acomodarme, avisé a la dueña: tanto la casa como el animal estaban perfectos. Desde el aeropuerto, la mujer disparó unos siete textos como quien ametralla a un condenado a muerte.

Por dentro parecía una de esas casas que una imagina como escenario de las familias protagonistas, casi siempre humildonas, en las novelas de Jane Austen o las hermanas Brontë.



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